Un bello texto que quiero compartir con ustedes:
EL SERMÓN DE LA MONTAÑA
(Mateo 5:1-12)
Viendo a la multitud, Jesús subió a la montaña; y sentándose, vinieron a Él sus discípulos.Y tomando la palabra, les enseñaba...
Sube a una montaña, coloca a sus cuatro discípulos a su alrededor y comienza a enseñar. La multitud los rodea.
Al disponerse así, Cristo dibuja un esquema muy particular constituido por el punto que él ocupa en la cúspide de la montaña en que se sitúa, después por un cuadrado que forman los cuatro discípulos, y en seguida por un círculo dibujado por la multitud. Un punto, un cuadrado y un círculo: es un mándala.
Si tomamos el punto central como el eje del mundo, el cuadrado y el círculo giran alrededor de ese centro.
El círculo simboliza el movimiento eterno. Está justamente constituido por la multitud que escucha a Cristo, es decir, por la vida. El cuadrado significa la inmovilidad de lo eterno y está encarnado por los cuatro discípulos y por Cristo en el centro.
Este sermón tiene otra particularidad. Cristo lo construye repitiendo la palabra bienaventurados antes de cada frase. Nueve veces se reitera esta palabra.
Quienes estudian el Tarot se sorprenderán si recuerdan que hay nueve pequeñas rayas en la espalda del personaje que nace en el Arcano llamado El Juicio, y que un círculo del As de Copas contiene nueve puntos: un enea-grama?
En la puerta central de la catedral de Notre Dame en París, una mujer se encuentra a los pies de Cristo, inscrita en un círculo; una escalera de nueve escalones se encuentra apoyada contra su pecho y el noveno barrote coincide con el nivel de su corazón. Esto quiere decir que es necesario subir los nueve escalones y alcanzar el corazón para llegar al Cristo.
El eneagrama es un antiguo símbolo cuyo profundo significado ha sido la herencia de ocultas comunidades espirituales durante dos mil años. En el transcurso de su búsqueda de sabiduría, Gurdjieff encontró el eneagrama como método para transmitir enseñanzas tradicionales. Según el matemático John G. Bennett, el eneagrama, que obtiene su nombre de su diseño de nueve líneas, representa a todo proceso que se mantiene a través de autorrenovación, como la vida misma. En ciertas partes de Asia se emplea como instrumento de adivinación, interpretando los patrones de sucesos por venir. Ciertos matemáticos utilizan los principios contenidos en el eneagrama con objeto de evaluar la capacidad de cualquier organización para mantener su propia existencia (transformar la energía) y evolucionar. A decir de estos especialistas, el encagrama refleja una forma trinaría de pensamiento, a diferencia abismal de nuestra mentalidad binaria. [N. del autor.]
Por una parte, sabemos bien que en numerología el nueve constituye la terminación de un ciclo perfecto, mientras que el diez corresponde al primer escalón del nuevo ciclo. En éste sermón, Cristo nos transmite un ciclo que va de uno a nueve y que es una escalera de progresión.
Debemos sanear esta escalera (el Sermón de la Montara), porque frecuentemente ha sido objeto de confusiones. Por lo común se la interpreta de la manera siguiente:
"Bienaventurados los pobres de corazón, porque de ellos es el Reino de los Cielos."
Esta frase se ha leído como "Cristo no ama sino a los pobres, los que no tienen dinero. Así pues, mis amigos, ¡Sean pobres! ¡Vivan en la miseria! ¡No luchen y dejen a los 'pecadores' tener riquezas insensatas! ¡Déjense explotar!".
"Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad."
Esto se convierte en: "¡Jamás discutan una orden! ¡Obedezcan a los dictadores!".
"Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación."
La lectura común es: "¡Déjense aplastar! ¡Sean masoquistas! ¡Jamás se permitan el placer!".
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados."
Argumento transformado en: "¡Vivan en la injusticia! ¡Acéptenla y tendrán el paraíso!".
"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia."
Según muchos, esto significa: "¡No pidan jamás que se les tenga misericordia! ¡Vivan entre los crueles! ¡Acepten 1a crueldad de los poderosos! ¡No se rebelen y ganarán el cielo!".
"Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios."
O sea: "¡Sean idiotas! ¡Déjense estafar!".
"Bienaventurados los que hacen obra de paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios."
Lectura usual:"¡Dejen a los otros hacer la guerra, destruir a las familias de ustedes y quemarlo todo! ¡Déjense bombardear!".
"Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos."
Aquí suele leerse: "¡Soporten la injusticia de los poderosos, de los jueces corruptos y de los policías venales! ¡Aguanten todo esto porque es obra del Estado!".
"Bienaventurados sois cuando os insulten y os persigan, y digan falsamente contra vosotros toda clase de mal por mi causa."
Es decir: "¡Déjense ultrajar sin reaccionar! ¡Ustedes son basura! ¡Es normal que la policía tenga todo el poder para aplastarlos!".
"Sed en el gozo y la alegría, porque vuestra recompensa es grande en los cielos; porque es así en efecto que persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros."
Frase que viene a convertirse en: "¡Vivan en la podredumbre con alegría y gozo! ¡Vivan en una miserable vecindad! ¡No tengan espacio! ¡No tengan lugar! ¡No se realicen y sean estúpidamente mansos!".
Y, en conjunto, esta serie de "confusiones" puede enunciarse así: "¡Hagan el amor pero no tengan placer! ¡Mientras más sufran, más ganarán el cielo! ¡Mientras más masoquistas, más benditos serán! ¡Mientras más abandonen sus derechos de vivir, más irán al paraíso! ¡Déjense explotar! ¡Déjense robar el alimento! ¡Las personas que por millones están muriendo de hambre son bienaventuradas porque tienen hambre y sed: van, pues, a ganar el cielo! ¡Esta vida no sirve para nada! ¡Mientras más sufran aquí abajo, mientras más vivan en la porquería, más tendrán el paraíso!". Etcétera.
Cristo sabía que sus palabras iban a interpretarse de esta manera. Se dijo:"De cualquier forma debo transmitir este sermón a fin de que un día alguien entienda esta escalera de nueve grados que va de lo más simple a lo más perfeccionado. Son los nueve grados de la evolución del espíritu humano".
LAS BIENAVENTURANZAS
(Mateo 5:3-12)
A través de las bienaventuranzas el Cristo va a darnos una escalera de progresión. Esto implica que no son independientes las unas de las otras. Estas nueve bienaventuranzas indican un camino de perfeccionamiento que va de lo más pequeño, es decir de lo más ingenuo y limitado, hasta el estallido y la realización total pasando de lo material a lo espiritual.
Hemos dicho que el número uno es el de la totalidad. ¿A qué corresponde en el Sermón de la Montaña?
"Bienaventurados los pobres de corazón, porque de ellos es el Reino de los Cielos."
Hemos visto que ser pobre de corazón no significa serlo financieramente. Los poderosos se han aprovechado bastante de esta bienaventuranza para procurar que la mayoría soporte la miseria. Sin embargo, está escrito "Bienaventurados los pobres de corazón" y no "Bienaventurados los pobres".
Es la primera frase e indica que el trabajo comienza por el corazón porque éste tiene un enorme requerimiento.
Los problemas fundamentales de la humanidad son los emocionales. Un problema emocional solucionado genera un sexo y un intelecto resueltos. Las personas que no han desarrollado su intelecto y su sexo están emocionalmente atascadas.
El corazón es, entonces, lo primero a liberar, y para esto hay que solucionar el problema de la petición emocional.
El corazón está poblado por numerosos deseos: de poder, de triunfo, de ser el centro del mundo. Está colmado de angustias, de celos, de peticiones, de rencores, de orgullo...
Queremos poseer por orgullo; no queremos cambiar por orgullo. Queremos ser aceptados con todo lo que portamos y que no es nosotros.
Tener un corazón enfermo consiste en estar lleno de cosa: que no son nosotros, y nuestro gran dolor proviene justamente del hecho de que no somos nosotros mismos. Desde pequeños se nos impide serlo: la familia nos da un destino que no nos corresponde.
"Bienaventurados los pobres de corazón... '
Ser pobre de corazón quiere decir no tener el corazón poblado por todos estos deseos. Somos pobres y nos aceptamos tal como somos. Aceptamos nuestro corazón y no el de los otros. Aceptamos pura y simplemente lo que él porta. El corazón carece de deber: late. Ama cuando ama. Cuando no ama, no ama. No podemos obligarlo a latir más rápido ni más lento que su propio ritmo. Es un canal en el que nada hace obstrucción. Todo pasa. Recibimos el amor de Dios.
"...porque de ellos es el Reino de los Cielos."
Cuando el corazón es pobre, cuando es lo que es, la dicha está ahí. De hecho, Cristo ha descrito un corazón pleno de gozo. El ser humano realizado no anhela ser más que lo que es, y ya resulta una enormidad el ser uno mismo.
En el número dos, que es el de la juventud y la acumulación, encontramos la frase siguiente:
"Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad."
En el número uno, que es el todo, Cristo dice "de ellos es el Reino de los Cielos". Sin embargo, la serie comienza por el dos, y ahí Cristo dice "ellos recibirán la tierra por heredad". Es muy claro: al principio del Cuadrado de la Tierra, no habla del cielo sino de la Tierra.
¿Qué significa "ser dos"? Somos dos cuando nos damos cuenta de la inmensidad de la obra divina.
"Ser como el agua que toma la forma del recipiente que la contiene", dijo Lao Tse. El agua es mansa, suave, flexible: se adapta. Es por esta razón que, contrariamente a los que son turbulentos, duros, inamovibles, los "dos" tendrán la Tierra en heredad: la aceptarán tal como es y se adaptarán a sus necesidades. Impulsarán el planeta y lo harán vivir. Harán vivir la conciencia humana: comprenderán lo que es el misterio de la creación y, así, tendrán la tierra por heredad.
Los duros no la tendrán sino momentáneamente, y la Tierra que heredarán no será la Tierra sino una prisión, porque el carcelero carece de libertad tanto como el prisionero.
Ser "dos" significa no estar fragmentado, no tener un lenguaje terminante y detenido. Es ser flexible interiormente, poseer un material interior que ha sido trabajado y que entra en comunicación consigo mismo. Una persona mansa lo es intelectual, emocional, instintiva y corporalmente: no se opone y no quiere a toda costa imponer su garra en el mundo. Tiene un cuerpo infinito: la Tierra en herencia con la cual forma una unidad.
Una persona mansa es alguien que escucha al otro. Observemos las voces de nuestros interlocutores: veremos que una persona mansa nos escucha y se adapta a nuestra voz. Al contrario, con una persona dura nos rompemos la cabeza de desesperación porque nos vemos obligados a hablar a su ritmo. Esa persona afecta nuestro sistema nervioso porque no hace ninguna conexión con nuestra voz. No nos escucha: se escucha a sí misma. Con ella no hay diálogo. Sólo puede haberlo con un "dos".
El que habla sin cesar tiene miedo de que el otro intervenga: se halla en un discurso narcisista en el cual se escucha. No tiene ninguna necesidad de hacer silencios o pausas para que el otro responda. Cuando habla debemos girar a su alrededor. Es un egoísta sin consideración alguna para el otro.
Tener la tierra por heredad es tener lo real por herencia. Cuando somos duros, transformamos la realidad y, así, no la poseemos. No poseemos la Tierra: hacemos una proyección sobre ella y la reducimos a lo que creemos ser. Esto significa que si concebimos una imagen muy precisa y fija del mundo, eliminamos todo lo que no corresponde a nuestra imagen. Una persona de este tipo no puede recibir la Tierra en heredad: carece por completo de adaptación.
En el tres, que es el número de la acción, Cristo dice:
"Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación."
En esta frase de las bienaventuranzas no se trata de llorar por sufrimiento. Los llantos de que habla Cristo son de otro orden:
"Lloro porque no soporto no conocerme. Lloro porque no soporto este intelecto frío. Lloro porque no soporto los desperdicios que llevo en el corazón: ellos me vienen de mis padres, de mi familia y de la sociedad; me fueron implantados en la infancia. Lloro porque soy prisionero de mis deseos y porque no trabajo con mi cuerpo, este cuerpo atascado que no me deja vivir. Lloro por mi liberación. ¡Estoy harto!".
Tales llantos conducen a una toma de conciencia y quienes la encuentren serán consolados. Para avanzar hace falta una toma de conciencia, hace falta llorar.
En el "uno" hay que tener el corazón vacío, prepararse al trabajo y desnudarse. En el "dos" hay que ser manso, adaptarse y prepararse a comprender. En el "tres", hay que hacer la toma de conciencia.
Si vivimos en una casa desaseada y no tenemos conciencia, estamos encantados pero nos hemos impregnado del olor. Cuando encendemos la luz, descubrimos entonces la suciedad y podredumbre que puebla nuestra casa y vemos qué hay que limpiar. Desde luego hay que limpiarla, pero descubrirlo hace llorar.
En el momento en que tomamos conciencia, nos dan ganas de vomitar ante todos los errores que hemos cometido. Nos decimos: "Soy el único responsable. Me he instalado en este sufrimiento porque desde el comienzo me es familiar. Cuando era niño, estaba abandonado. Hoy, adulto, con los seres que me aman, provoco situaciones en las cuales me hago abandonar".
En efecto, es así. Constantemente provocamos situaciones idénticas a las que corresponden a nuestro dolor infantil. Mientras no realicemos esta toma de conciencia, no avanzaremos. Ahora bien, para tomar conciencia hay que ser capaz de llorar.
¡Llorar pero no lloriquear de piedad por nosotros mismos! No se trata de esto último. El Cristo habla en nombre de la quinta esencia. En este nivel no es cuestión de concesiones. Se habla de cosas fuertes porque si queremos llegar al Cristo, tendremos que escalar h montaña.
Cuando Cristo se coloca en la cima, no dice "Todos se quedarán abajo", sino "Me he colocado en la cima para que a cada una de mis palabras ustedes avancen hacia mí. Al realizar el sermón sobre la montaña, ustedes están escalándola. Llegarán a ser los apóstoles y después arribarán hasta mí y yo seré su corazón. Para comprender bien este sermón, deben avanzar hacia mí.Tendrán que subir por grados. Es una escalada que no se hace en un tronar de los dedos".
He narrado ya aquella historia de Fariduddin Attar en la que un santo sufí llora; cuando sus compañeros le preguntan por qué; responde: "Porque tengo tanta necesidad de Dios..., ¡pero Dios no tiene ninguna necesidad de mí!".
Tenemos tanta necesidad de la conciencia suprema...
Tenemos tanta necesidad de una verdad, de un conocimiento, de una sabiduría, de un universo divino...
Tenemos tanta necesidad de que el Cristo sea como creemos que es...
Tenemos tanta necesidad de lo eterno, del infinito, de la realización, del triunfo del individuo humano y de la humanidad...
Tenemos tanta necesidad de que los niños crezcan protegidos...
Tenemos tanta necesidad de todo eso, que lloramos.
Somos tan pequeños, tan mínimos, tan ínfimos, tan débiles, tan "nada de nada". Somos menos que una mota de polvo perdida en el universo.
Una minúscula rana que salta en un lago inmenso y milenario.
Nuestra mano no es más que una entre millares y millares de manos. Nuestro sexo no es más que uno entre millares y millares de sexos. Mi niño, mi corazón y mi cabeza no son más que un niño, un corazón y una cabeza entre millares y millares de niños, corazones y cabezas.
Tenemos tanta necesidad de significar cualquier cosa, tanta necesidad de ser cualquier cosa.
¿Quiénes somos?
Respuesta: "¡Llora! Bienaventurados los que se dan cuenta. B;¿n-aventurados los que lloran. Bienaventurados los que toman conciencia de su pequeñez: porque ellos recibirán consolación".
La persona que toma conciencia de que no tiene significado, descubre su significado. Se dice:
"Tengo tanta necesidad de Dios y Dios no tiene ninguna necesidad de mí... Pero ¿en verdad no tiene necesidad de mí? ¡Estoy aquí! Si me encuentro en este universo, ¡es que Él me necesita y que soy esencial! De otra forma no estaría aquí, el universo no me habría producido. A partir del momento en que dejo de ser esencial, se me borra, se me destruye. Soy, pues, una mota de polvo indispensable para el equilibrio universal. Por ello estoy aquí."
No conozco mi finalidad pero tengo una. No puedo concebir a la divinidad, y por tanto, Ella existe. Puedo utilizarla sin darle un nombre, pero la divinidad está en mi interior. No sé para qué sirvo, pero sirvo para algo. Yo era algo antes de nacer, y seré algo después de mi muerte.
Es, pues, pleno de buena voluntad y de fe que debo hacer lo que tengo que hacer sin preguntarme para qué sirvo.
Estamos consolados porque al llorar y al llegar al colmo de la insignificancia, nos damos cuenta de que somos completa y absolutamente significantes.
Ahora llegamos al cuatro. Hemos dicho que este número corresponde al asiento en la materia. Cuando llegamos a él, estamos bien instalados en la realidad. La cuarta bienaventuranza dice:
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados."
Esto significa que para llegar al avance espiritual, hay que comprender las injusticias que el mundo sufre. No basta comprender las injusticias de las que nosotros somos objeto, sino también aquellas que los otros sufren.
Cuando somos testigos de un acto injusto, debemos gritarlo a plenos pulmones. Si no podemos gritarlo, debemos decirlo y escribirlo. Si no podemos escribirlo, debemos murmurarlo a los otros. Y cuando no podemos susurrarlo —cosa muy importante—, debemos decírnoslo a nosotros mismos.
Es importante despertar en nosotros el sentido de la justicia. Hay que tomar, interiormente, conciencia de la realidad. Si nos hacemos conscientes, seremos saciados.
"Tener hambre y sed de justicia", es estar bien situados en la realidad.
Con el número cinco abandonaremos la materialidad. Como dijimos, el cinco es un puente. Hasta ahí no hablábamos más que de nosotros: ser manso es una ""cualidad personal, llorar es una acción personal y tener hambre y sed de justicia es también una acción que no compromete sino a nosotros. En el cinco ya no podemos ser personales ni quedarnos en lo material: hay que pasar a un mundo espiritual. ¿Cuál es la bienaventuranza que corresponde a este número?
"Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia."
¿Qué es la misericordia?
Es el perdón del otro. Y resulta muy importante porque cuando perdonamos al otro, nos perdonamos a nosotros mismos. Mientras no perdonemos a nuestros padres, no nos perdonaremos. Mientras que no perdonemos a nuestros enemigos ni a nuestro pasado, no nos perdonaremos. ¡Y qué duro es perdonarse! ¡Algo extremadamente difícil!
Para alcanzar la realización, hay que perdonar a todos los que nos han herido. ¿Qué es perdonar? Es comprender al otro, ponerse en su lugar.
No podemos tener misericordia si no hemos hecho este trabajo de varias etapas:
1) Tener el corazón tal cual es, es decir, vacío, limpio de desechos psíquicos
2) Ser mansos: escuchar y adaptarse;
3) Darse cuenta de nuestra insignificancia y ser un canal. Si lloro, soy consolado. Si soy consolado, tengo fe. Y si tengo fe puedo transmitirla. En este caso, anhelo que el otro encuentre su perla. La encontrará un día, pero no seré yo quien habrá de dársela;
4) Perdonar al otro y ponerse en su lugar.
Cuando queremos perdonar a alguien, debemos decirnos: "Si me metiera en la piel de esta persona, ¿qué sentiría?". Si lo hacemos, veremos cuánto ha sufrido la persona que nos ha hecho sufrir. ¡Metámonos en la piel de nuestra madre, que tanto nos hizo sufrir! Si lo hizo es que no podía hacer otra cosa. Cuando hacemos sufrir a los otros, es porque traemos un inconmensurable dolor en nuestro interior.
Pongámonos en el lugar del otro y seamos misericordiosos. Seámoslo y se nos hará misericordia. Si no perdonamos al otro, no seremos perdonados. ¿Perdonados por quién? ¡Por nosotros mismos, ante todo! ¡Por nuestro inconsciente!
Tener misericordia por el otro es también volverse hacia el otro. Es dejar de juzgar, de criticar, de hablar mal del otro, de agredir.
Hay tantas personas que tienen lenguas comparables a navajas. Para todas estas personas —y son legión—, la crítica es reina. Sin ella no pueden valorarse. Resulta evidente que reconocer el valor del prójimo implica disminuirse. Ahora bien, la misericordia consiste justamente en aceptar el valor del otro.
No es cuestión de piedad. Tener piedad por alguien que está en un nivel más bajo que el propio no es misericordia: es un nuevo medio de valorarse y de sentirse superior.
Somos misericordiosos cuando no criticamos a quienes tienen algo que no tenemos. Perdonamos lo que son y que nosotros no somos.
Si tengo una pierna minusválida, debo ser misericordioso para no odiar a todas las personas capaces de. bailar. Si me siento feo, tengo que ser misericordioso para amar la belleza del otro sin sufrir. Si soy artista, debo tener misericordia para aceptar que existen otros talentos, otros artistas. Si tengo cualquier profesión, medicina, psicoanálisis, abogacía, debo ser misericordioso para aceptar que hay otros médicos, psicoanalistas o abogados que saben más que yo en ciertas áreas de mi profesión.
Tener misericordia es también tenerla para uno mismo. Es dejar de agredirse y criticarse. ¿De qué me sirve ser misericordioso con los otros si no lo soy conmigo?
Los que son misericordiosos se aproximan ya al Cuadrado del Cielo porque están aceptando a la sociedad. Sin misericordia y sin perdón al otro, no podemos aceptar a la humanidad y tampoco ver la perfección del prójimo.
Con el número seis entramos en la vida espiritual, en el Cuadrado del Cielo. Antes estábamos en el Cuadrado de la Tierra, que termina con la misericordia absoluta. Perdonamos todo el mal que nos han hecho y nos ponemos en el lugar del otro. Perdonamos también a los que poseen cualidades de que nosotros carecemos. Perdonamos a todo lo que existe. Tenemos misericordia. Comprendemos.
Sólo cuando hemos perdonado absolutamente todo el mal que nos han hecho, podemos perdonar a todos los seres humanos sin distinción alguna, incluidos los asesinos. Sólo hasta entonces merecemos el perdón y la misericordia. No es sino hasta el momento en que comenzamos a reconocer el valor del prójimo que nuestro valor es reconocido. La menor crítica que profiramos ensucia nuestra perfección. El menor acto no misericordioso principia por destruirnos.
Sin criticar al otro, sin juzgarlo, sin disminuirlo, sin herirlo... ¡qué liberación inmensa!
Cuando comenzamos a comprender a todos sin ocuparnos de que nos comprendan, comenzamos al fin a ser comprendidos. Es así como esto sucede, puesto que lo que hacemos al mundo, nos lo hacemos.
Cuando pasamos nuestros días agrediendo y criticando al otro, somos agredidos y criticados también. Una persona que viene a hablarnos mal del otro no es nuestra amiga porque ¡ella también habla mal de nosotros, como lo hace de todo el mundo! Una persona que viene a contarnos lo que el otro ha dicho mal de nosotros, irá también a contar al otro lo que digamos de éste; tal persona tiene por objetivo el sonsacarnos palabras no misericordiosas: nos empuja a agredir al otro a fin de podérselo contar.
Existe también un buen número de persona que viven de la agresión: no han aprendido a ser alegres y dar placer .Resulta evidente que cuando no damos placer y no nos permitimos tenerlo, ejercemos la agresión porque no aceptamos el placer de! otro: no somos misericordiosos.
Es justamente cuando entramos al Cuadrado del Cielo, que está escrito:
"Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios."
Penetramos en otro ciclo y subimos de nivel. Ahí uno se hace profeta. Nos convertimos en uno de los cuatro discípulos. Somos uno de los cuatro puntos cardinales.
En esta nueva etapa, comenzamos a entrar en éxtasis.
El corazón es impuro. ¿De dónde proviene esta impureza? Obviamente del intelecto, el sexo y el cuerpo. Por ejemplo, en el nivel del cuerpo: "Soy mujer. De verdad que me hubiera gustado ser hombre". O bien: "Soy hombre. Hubiera preferido ser mujer para ser amado por mi madre, que detesta a los hombres". O bien: "¿Quién soy? No conocí a mis padres. No tengo lugar en el mundo". O bien: "¿Por qué mis cabellos comienzan a encanecer? ¡Nadie me deseará!". Etcétera. La impureza proviene de otros centros. El corazón no es en sí impuro. Es como un niño. Son todas las heridas que le hemos impuesto las que lo hacen impuro.
¿Cómo purificar el corazón? Utilizando la fuerza para controlar a nuestro dragón. No lo matamos ni lo rechazamos: usamos la fuerza de la persuasión. Es el intelecto el que acepta la fuerza y desciende a persuadir al animal acariciándolo. Acariciamos a nuestro ego, a nuestro animal. Entramos en contacto con él y danzamos con él.
"Hoy siento que mis deseos trastornan mis hormonas y éstas se me suben a los ojos, cambian los colores y los hacen más fuertes." En lugar de rechazar esta situación, me digo: "¡Bien, las hormonas invaden mi vista! ¡Tengamos el placer de contemplar este cuadro, veamos ¡a realidad un poco más coloreada que de costumbre! ¡Qué maravilloso! ¡Vivamos este instante! Esto no ensucia el corazón. No soy culpable. Sucede así. Hoy el mundo está lleno de colores y mañana será gris. Están las nubes, la lluvia, la tempestad. ¡Vivamos lo que se nos presenta, lo que sucede!".
Cuando comprendemos a nuestro animal, lo reconocemos y aceptamos lo que nos aporta de energía. El corazón comienza entonces a purificarse. ¡Dejémoslo latir!
Cuando el corazón está limpio, Dios aparece en el interior. Está ahí, en nuestro propio centro. Es la perla y nosotros somos el estuche. Claro está que no la vemos, pero a cada latido de nuestro corazón, la veremos.
Los corazones puros verán a Dios. Es decir que se darán cuenta de que todo es Dios. Éste es el proceso. Ver a Dios no consiste en ver un ser especial. Es imposible. ¡Todo es Dios! Verlo en todo quiere decir que cuando hablamos, nuestra voz
es Dios. Nuestros pensamientos son Dios. Nuestros sentimientos son Dios. Nuestros deseos son Dios. La persona a quien hablamos es Dios. La manzana que comemos es Dios. Tres metros de seda son Dios. El automóvil, el queso, el café con crema, el vino, los panes... Todo es Dios. Su firma está absolutamente por todas partes. Con un corazón puro, vivimos, en pleno paraíso. Lo cotidiano es un placer constante.
Cuando se llega al número siete, hay que salir de ese estado que raya en el narcisismo. En efecto, si vemos a Dios en todas partes, accedemos a un estado de bienaventuranza al cual corremos el riesgo de aferrarnos. Como todo es Dios, no hacemos nada. Pasar por esta etapa representa un peligro porque nos realizamos, pero esta realización todavía es personal.
La séptima bienaventuranza habla de la acción en el mundo. No podemos quedarnos indefinidamente en el placer y la realización personales. ¿De qué nos servirá haber visto a Dios si no lo comunicamos' Si todo es Dios, si el otro y nosotros mismos somos Dios, necesitamos compartirlo. En este punto, el Cristo exclama:
"Bienaventurados los que hacen obra de paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios."
A partir del instante en que vemos a Dios en todas partes, comenzamos a hacer obra de paz. Esto quiere decir que una vez que conocemos la verdad, es necesaria la acción, la obra. Hay que aplicarse a obrar. Sin acción, la verdad no sirve de nada.
En ese estado, el trabajo consiste en mostrar a los seres humanos la perfección que los habita. Hacemos que la vean a fin de que no olviden y se recuerden. Hay que ayudarlos a purificar su corazón, darles los medios y decirles:"¡Escucha! Puedo ayudarte a descubrir tu verdad. Puedo enseñarte a aprender de ti mismo".
Hacer obra de paz es mostrar al otro cómo encontrar su paz. Cuando tenemos el corazón puro y vemos a Dios, sabemos que la muerte es Dios y entonces encontramos la paz.
Comprendiendo esto, mi problema está solucionado porque sé que, en el último instante, entraré en Dios. Él me recibirá. Estaré acompañado y seré recibido, reconocido, amado y escuchado.
Sé que estoy en el amor, la protección y la conciencia totales de Dios. El me ayuda cada día, me sostiene. No me preocupo más de realizarme: Él me envía la realización. Si me ha creado es porque soy útil, y Dios me utiliza porque estoy a su servicio. El día en que Él habrá de eliminarme, no me eliminará: me llamará a Él porque Él es yo.
Conozco esta fuerza que habita en mi corazón. Ella me sostiene. Con ella tengo un amigo, un padre y una madre. Gozo de la compañía para siempre, por la eternidad de la eternidad. Disfruto de la comprensión, del amor, de la conciencia. No existe un solo milímetro de mí que no esté en la mano de Dios.
Sé que Dios me ve y, porque Él me ve, no puedo pensar cualquier cosa porque sí. Todos mis pensamientos son como ofrendas. Todas mis palabras lo son. Todos mis sentimientos y deseos son bellos y puros. No puedo vivir más que en la belleza. Si este no es el caso, yo sería un templo sucio. Soy para Dios y si lo soy, todo en mí se da a Él.
Como he visto a Dios tengo la paz, y si la tengo, enseño al otro a alcanzarla también. Hago obra de paz al ayudarlo a hacer la paz consigo mismo, a encontrar su paz interior y no la mía.
En el número ocho, el Arcano del Tarot es La Justicia y la correspondiente bienaventuranza habla de justicia:
"Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos."
Hemos señalado que el ocho es la perfección. Justamente cuando tocamos esta perfección, llegamos a la promesa del número uno (la totalidad), que dice: "Bienaventurados los pobres de corazón, porque de ellos es el Reino de los Cielos".
Resulta claro que somos perseguidos por la justicia, porque desde que comenzamos a hacer obra de paz, padecemos persecución por aquellas personas que no tienen paz y no quieren que ella reine, puesto que no les conviene. Esas personas se aprovechan de la ausencia de paz en el otro y basan todo su comercio en esta ausencia. Tal comercio puede desarrollarse porque comemos lo que no tenemos, compramos lo que no poseemos, obedecemos porque nos imponen temor y porque no hallamos seguridad en nosotros mismos. Obedecemos a otro dios que Dios, a otro poder que el de nuestra divinidad. Esas personas que luchan contra la paz van a establecer su reinado, pues, por medio del terror, de la conjura contra la realización, de la injusticia, abusando de la falta de seguridad, de la suciedad interior del ciudadano.
He ahí por qué somos perseguidos por causa de la justicia. Sin embargo, estamos contentos porque somos conscientes de que hacemos el bien. En el momento en que llegamos a la cima de nuestro pensamiento, automáticamente sabemos que lo arriesgaremos todo. La sociedad tratará de eliminarnos.
Así pues, cuando hemos ascendido estos ocho escalones y hemos hecho obra de paz, nos hace falta arriesgarlo todo para imponer en el mundo la idea que nos habita. Alcanzamos nuestra perfección y somos perseguidos. Es el ladrón el que, tras robar al hombre honesto, lo acusa.
En esta bienaventuranza, el Cristo está decididamente diciéndonos: "¡No se ocupen de lo que dicen de ustedes! ¡No tomen nota de las críticas que les hacen! ¡Avancen! ¡No se dejen demoler! ¡Sean impecables e implacables! ¡Continúen cueste lo que cueste! ¡No hagan ningún compromiso! ¡No acepten aproximaciones! ¡Si quieren cualquier cosa, rechacen los sustitutos, los derivados similares a esa cosa! ¡Que sea precisamente lo que desean! ¡No hagan concesiones!".
Acaso replicaremos: "Pero hay que hacer concesiones". ¡Es falso! No necesitamos hacerlas. ¡Observemos el juego y deslicémonos en él sin concesiones, siempre siendo "mansos", dulces, flexibles!
Resulta extraño ser manso sin hacer concesiones. Parece contradictorio, antinómico. Sin embargo, ello consiste en deslizar nuestro mensaje sin destruir las formas que nos aprisionan. Una semilla puede destruir un peñasco si se la deja caer en una pequeña cavidad. No podemos destruir un sistema. Hay que entrar al corazón de ese sistema y limpiarlo, colocar la nueva realidad en el interior del propio sistema.
De cualquier modo, cada vez que somos perseguidos y criticados cuando hemos hecho el bien, estamos felices. ¿Qué bien puede hacernos que nos den un premio o qué mal representa que no nos lo den?
¡El Cristo jamás pide ser reconocido por los otros, por la ley de Moisés! Continúa su camino hasta hacerse crucificar.
Con el nueve llegamos al fin del ciclo. Es un número doloroso porque implica un cambio total y absoluto. En el Tarot, es el Arcano llamado El Ermitaño. El ermitaño ha hecho su trabajo y en el presente le falta romper su perfección para acceder a un nuevo estado. La novena bienaventuranza es:
"Bienaventurados sois cuando os insulten y os persigan,y digan falsamente contra vosotros toda clase de mal por mi causa."
"Por mi causa", es decir por la causa de la pureza, de nuestro Dios interior, por la causa de la vida que llevamos, concentrada, pura y sin suciedad interna.
Estamos dichosos cuando nos insultan porque el insulto no corresponde en absoluto a lo que somos: lo sabemos con toda pertinencia. Nos pueden tratar de camello: no por esto tendremos una joroba.
No es para nada cuestión de masoquismo. Tampoco lo es de provocar mil y una situaciones para hacerse insultar y perseguir, diciéndonos: "Es bueno ser perseguido".
Ser dichosos cuando nos insultan, significa que el insulto o la persecución no nos afectan. Sabemos defendernos psíquicamente. Podemos resistir y continuar nuestra obra. De una i otra manera, nadie nos detiene. Además, cuando dicen mal de nosotros estamos felices y esto nos confirma en el hecho de que no di sernos desviarnos ni un milímetro de nuestro trabajo espiritual. Conocemos ya a nuestro Dios interior. Damos la paz a los otros y les enseñamos a encontrar la suya. Ya somos apóstoles.
"Sed en el gozo y la alegría, porque vuestra recompensa es grande en los cielos."
Si hemos escalado la montaña y hemos llegado hasta ahí, nos falta ser en el gozo y la alegría porque nuestra recompensa es grande en los cielos.
La recompensa es el gozo y la alegría. Es la paz, la iluminación, la gracia, el trance y el éxtasis. Es la danza planetaria. Danzamos con todos los planetas. Vivimos en medio del universo. La galaxia está •:n nuestra cabeza y en nuestros pies. En el tiempo y el espacio estamos por completo conscientes del regalo que nos han hecho. Hemos recibido la más grande joya que puede existir: la conciencia cósmica. Poseemos este regalo inmenso. ¡Qué maravilla! El sol es para nosotros. Las estrellas y las galaxias son para nosotros. La vida es para nosotros y también la divinidad. Recibimos todos estos inconcebibles regales en el gozo y la alegría.
"Sed en el gozo y la alegría, porque vuestra recompensa es grande en los cielos; porque es así en efecto que persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros."
Cuando el Cristo termina su sermón, aquellos que lo escuchan y lo ponen en práctica son profetas porque de una frase a la otra, la divinidad los guía a escalar este camino de bienaventuranzas.
Texto tomado de "Los Evangelios para Sanar" escrito por Alejandro Jodorowsky. 2002. Ed. Grijalbo Mondadori.